lunes, 9 de mayo de 2011

"pinturapintura"

Sergio Caballero vuelve. Y lo hace a través de un reencuentro entusiasta con los placeres de la “pintura-pintura”, con sus técnicas, sus soportes y su retórica como medio privilegiado de expresión artística.

Este retorno al mundo del arte tiene una alta significación pues aunque Caballero no ha dejado de extender el campo de su creatividad visual –ya sea a la imagen corporativa del festival Sónar, a la publicidad, música para ballets o al cine, con su película Finisterrae…-, hace casi veinte años que no se ceñía al formato clásico de la exposición. Su última muestra tuvo lugar en 1992, cuando presentó la ya mítica “El clamor de la humanidad me oprime y por su tumulto me veo privado del sueño. Sergio Caballero, famoso en el mundo entero“ en la sala Montcada de la Fundación La Caixa.

Sergio Caballero ha sido siempre un artista que, a través de su discurso visual, ha ampliado crítica y estéticamente la conciencia del presente. Y lo ha hecho con sagacidad, con insobornable atrevimiento y con clara voluntad de renovación. Su arte es mixto y múltiple, se nutre de la mezcla de formatos y de contextos, y juega con el sampling como forma de yuxtaposición y asociación de realidades preexistentes. Esta versatilidad es la marca de fábrica tanto de sus producciones como de su posición vital. Por eso no duda en anunciar su firma de vinos mediante un video en el que él y su socio aparecen medio enterrados en la tierra, con la cabeza y los brazos al aire, cual cepas a las que su propio perro duda cómo tratar.

Los animales son parte esencial del imaginario de Sergio Caballero y elementos imprescindibles de su vocabulario artístico, ya sea pintados, disecados como esculturas, fotografiados o filmados. Perros con ruedas, cerdos cuyos anos se convierten en visores de performances místicas, y ahora monos vestidos y un caballo llamado Napoleón que disfruta con el ejercicio de la pintura.

Las obras que se presentan en esta exposición, “Abstracción en el establo”, son el fruto de una interaccción artística inusual, la de la persona y el animal creando juntos. Se inscriben en una incipiente tradición en la historia del arte, en la que se pueden incluir los caracoles de la brasileña Rivane Neuenschwander, que crean mapas imaginarios al comerse el papel de seda que configura el soporte, o la escuela de elefantes pintores de Tailandia, entrenados por los artistas rusos Komar y Melamid. Napoleón y Caballero han compartido también la excitación de un experimento conjunto, la magia de una experiencia sincrónicamente vivida.

Sergio aporta la idea, el soporte de base y los materiales –pinceles, colores…. Napoleón, la escritura automática, el trazo visceral. La tela que Caballero le ofrece ha sido previamente impresa con fotos nocturnas de la ciudad de Oporto tomadas desde un hotel. Sobre ellas, Caballero ha insertado las fotos de los monos vestidos que regocijan a los turistas en las calles de San Petersburgo. Esta superficie, icónicamente codificada, será modificada y magnificada por las pinceladas de Napoleón, que irán fijándose a medida que Caballero organice la ceremonia de darle algunos giros al bastidor. El resultado son obras impactantes, incluido un díptico donde la simetría especular de las imágenes contrasta con los ritmos aleatorios y brillantes de las pinceladas.

Todo el proyecto es el resultado de un irónico “détournement”, que confiere nuevos sentidos al campo de referencia escogido: el de la pintura-pintura y, en concreto, el del individualismo exacerbado del expresionismo abstracto estadounidense. Aquí la tela no es el soporte virgen donde el dripping o el trazo violento se expanden como una eyaculación del inconsciente, ni el pincel es la extensión directa del ego atormentado del artista. Pero el resultado formal es prácticamente equiparable, sobre todo en las telas más abstractas.

Caballero muestra cómo la humanización del animal –por el vestido, por el arte- corre pareja al devenir-animal que prefiguraron Deleuze y Guattari para los seres humanos. Y como testimonio de este energético ritual de intercambio nos ofrece unas pinturas que son un regocijo para la mirada y para la inteligencia.

Rosa Martínez
Barcelona, mayo 2011

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